Aproximadamente 6 millones de mexicanos padecen disfunción eréctil, siendo la franja de edad más recurrente entre 40 y 70 años. La cifra por sí misma no parece alarmante, pero lo es el hecho de que sólo 10% de los afectados buscan ayuda médica para solucionar el problema. Es más común que se recurra a remedios o productos milagro —que no medicamentos— que se anuncian en televisión, prensa o internet sin respaldo científico y que no ayudarán de ninguna forma.
La disfunción eréctil se define como la incapacidad que tiene el hombre para lograr y/o mantener la erección del pene para tener un coito (penetración) satisfactorio. No obstante, para ser reconocida como problema la falla debe ser persistente, es decir, ocurrir con frecuencia o cada vez que se tiene un encuentro íntimo con la pareja.
Para el hombre el pene en erección simboliza poder por el tamaño, dominio por el número de mujeres con las que es capaz de tener relaciones sexuales, de forma que el miembro viril y su efectividad le dan estatus en un mundo en el que rige la competencia. “Cuando el miembro falla se ‘rompe’ la imagen de poder”.
Es importante dejar claro que cuando empieza a haber manifestaciones de disfunción eréctil, ambos miembros de la pareja lo viven de manera distinta; él no reconoce y niega constantemente su insuficiencia, y justifica su falta de erección al argumentar cansancio o estrés laboral, mientras ella trata de entender la situación y aceptarla.
Pero, en la medida en que las fallas se hacen más frecuentes, el hombre culpa a su pareja de lo que le pasa (“ella me presiona en todos los aspectos”). A partir de ese momento la situación en ella toma un giro determinante, pues se asume como la causante de la falta de erección de su pareja, se responsabiliza de haber perdido su habilidad erótica, de que ha disminuido su atractivo físico y ya no es capaz de excitarlo; se ve al espejo y ve que hay sobrepeso; piensa en su edad y en que los músculos de la vagina no son tan firmes como lo fueron en otro tiempo, y remata pensando en que él está dejando de quererla. La mujer toma la medida de recurrir a métodos para ser más atractiva y excitante, pero no resultan, lo cual la lleva a pensar que su compañero lo engaña con otra mujer o bien aparece el fantasma de la homosexualidad.
Una opción muy común en nuestros días es acudir a fármacos que mejoran la circulación sanguínea en el aparato reproductor masculino y que permiten erecciones que facilitan el coito. Por fortuna la industria farmacéutica ofrece una gama de productos que garantizan buenos resultados, sin embargo hay que saber administrarlo y cuál es su mecanismo de acción. Las pastillas (Tadalafil, Vardenafil y Sildenafil, principalmente) son las de mayor uso y tienen alentadores resultados, pero tienen un tiempo de acción y además los efectos esperados se consiguen al haber estímulo erótico en el que participa la pareja; no se trata de productos mágicos que con el simple hecho de ingerirlo se obtendrá una erección, lo cual muchos pacientes, y algunos médicos, asumen.
Así, cuando la mujer conoce lo que es disfunción eréctil y que su pareja la sufre, asume una posición distinta. A partir de que se involucra para ayudar a su pareja y conoce el mecanismo de acción de la pastilla, sabe que no compite contra el fármaco, y que no habrá erección de manera automática, sino que se necesita de su participación en el juego erótico para que el pene alcance la firmeza necesaria para el coito.
Asimismo, le queda claro que la pastilla ayuda en la erección, pero no resolverá todos los problemas que como pareja se acarrean, como la mala comunicación. Entonces, la mujer alentará su autoestima y volverá a sentirse atraída, deseada, amada, renovará su seguridad porque excita a su hombre gracias a sus habilidades eróticas; desechará el pensamiento de que hay terceras personas, y se asume cuidada, protegida y satisfecha.