La cuaresma en la sierra Tarahumara

Los tambores no dejan de sonar. Se escuchan desde los cuatro puntos cardinales. “Son nuestros guías por el camino de la sabiduría; imitan los latidos del corazón, de la Madre Tierra”, dice Martín Macahuit, uno de los más de 800 rarámuris que habitan el municipio de Guachochi, en la sierra Tarahumara, en Chihuahua. 

El sonido no para desde que inicia febrero y hasta el Domingo de Resurrección, el último día de la celebración de Semana Santa de los cristianos.

Quienes tocan los tambores son los abuelos, los sabios que por años han inculcado a los demás lo que significa la vida y el amor a la naturaleza.
Aquí en la sierra Tarahumara, los días santos inician el miércoles al mediodía. Luego del cantar de los tambores bajan todos los integrantes de la comunidad hasta la iglesia y la adornan con hojas de pino y flores de sotol.

Se colocan cruces a su alrededor, y se sube al cerro, que también es adornado para el jueves (nuestro Jueves Santo), día en el que se le bailará al viento. “El viento es un ser humano que nos ayuda a entender el camino”, dice Martín.

La iglesia se termina de acicalar ya entrada la noche. Todos los atavíos son para proteger al Espíritu. Martín explica que el espíritu descansa dentro de la iglesia y no se puede despertar hasta el sábado. Sólo el canto de los grillos se escucha. Los rarámuris ya reposan en sus casas para preparar cuerpo y alma para las largas jornadas.

 

Jueves de “pintos”

Tres de la mañana. La comunidad de Guachochi comienza a salir de sus casas. El tambor anuncia el inicio del día. “Primero salen las autoridades (líderes de la sociedad).

Toda la comunidad pasa por ellos. Luego, salen los que se vestirán de fariseos, van pintados de blanco y llevan un machete. Otros llevan sombreros que adornan con plumas de guajolotes. Este es un día de ayuno, no se come nada hasta las 13 horas”, explica Martín. La cuaresma no es sólo un tiempo de sacrificio, sino de retiro espiritual en el que la meditación y la oración deben intensificarse para lograr la renovación.

Al llegar a la iglesia de Guachochi, se colocan en la entrada de la puerta cuatro abanderados, dos de ellos vestidos de rojo y otros dos de blanco. Los abanderados tienen la función de proteger el templo, de ver quién entra y sale, de controlar la energía de las almas -que aun están en pecado- y supervisar que se hagan las oraciones.

En el interior se escuchan los murmullos de los rezos, todos se dan en castellano y son dirigidos por un cura. Al terminar, uno de los fariseos saca una matraca y la hace sonar, eso significa que la fiesta ha quedado bendecida y todos los que estaban dentro del templo salen por un camino señalado con flores y peregrinan alrededor de la iglesia de forma circular para proteger al “onoruame”, como le llaman los rarámuris al Espíritu.

Martín dice que después de esto se descansa y se van a sus respectivas casas a comer, para que, alrededor de las seis de la tarde, se regrese a la iglesia y den comienzo las danzas. De nuevo se toca el tambor.

Quien lo toca se maquilla de blanco el rostro y se coloca un paliacate en la cabeza. Entonces se convierte en el guía de todos. Después se baila al rededor de la iglesia para darle fuerza al Espíritu y también para que ninguna fuerza del mal se le acerque.”

Los primeros que danzan son los llamados “pintos”, ellos llevan un taparrabo y un collar rojo, y se hacen pintitas blancas en todo el cuerpo y la cara. A partir de este momento y hasta la madrugada, ellos no dejarán de bailar. “Hasta que salga el sol se debe danzar para ahuyentar el mal”.

 

Viernes de tesgüino

Las danzas continúan. A los pintos se les unen los fariseos. Hoy se beberá el tesgüino, un fermento tradicional alcohólico que se prepara en la casa de las autoridades. “Nos reunimos todos afuera de la iglesia para subir al Cerro Colorado”, continúa Martin.

Son las 11 de la mañana. No sólo el golpeteo del tambor es el que se escucha, también el soplo de la flauta.

Pintos, fariseos, abanderados, hombre, mujeres y niños salen rumbo al cerro. Es la representación de la procesión y la crucifixión cristiana.

Andan unos 15 minutos y lo hacen en silencio. Las mujeres dejan las ofrendas en medio de un círculo que ha sido adornado con flores. Hay nopales, tortillas, pinole hecho con maíz tostado, atole y calabazas y, claro, el tesgüino.

Los pintos danzan, brincan en círculo; el tambor sigue el latido del corazón, la flauta lo acompaña. Todos los demás están de pie, también en círculo y con los brazos cruzados.

La ceremonia tiene una duración de dos horas y los abanderados y autoridades de la comunidad toman el tesgüino y lo comparten con los demás.

“Esta es la danza del viento, le agradecemos por su existencia, es quien nos da respiro y también se lo da a las plantas y los animales”.

Los peregrinos bajan del cerro hasta la iglesia y reparten la ofrenda y el tesgüino. “Después de eso el cura realiza una misa para que la gente siga cuidando bien al Espíritu”.

Al terminar la eucaristía, las pascolas ya esperan a fuera del templo. Estos son otros personajes de la Semana Santa, llevan un calzón blanco conocido como wisiburka; son quienes traen a los judas que han elaborado con sacate. “Se forman en círculo y caminan alrededor de la iglesia, lo hacen tres veces para luego dejar a los judas expuestos frente al templo. Todos bebemos tesgüino y los pintos, acompañados de las flautas, inician una nueva danza”.

 

Sábado, por un nuevo ciclo

El judas arde entre las llamas. Ha sido apedreado y atravesado por las lanzas de los fariseos. La hoguera arde junto con él. “El mal ha sido expulsado de los rarámuris”, dice Martín, mientras la flauta y el tambor interpretan una canción melancólica. Ya han pasado más de 48 horas de bailar sin parar, de días bajo el rayo del sol y noches frías iluminadas por la luna.

Para el domingo, ya no hay bailes, ni pintos. Los rarámuris salen a mediodía para escuchar la última misa de la Semana Santa. Esos días que para ellos significan unidad espiritual, dicen: “Una forma de agradecer a su dios y al viento por la nueva vida”.

Martín Macahuit, promotor cultural de los tarahumaras, suspira. Dice que a partir de hoy los rarámuris tienen un nuevo viaje basado en el respeto mutuo. “Lo aprendido en estos días es el resumen de nuestra existencia en el mundo”, y abre un cofre donde guarda sus pinturas y flauta, esa que tocará hasta la próxima ceremonia santa.


 


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